Palabras del Señor Lobo Álister, tras la batalla por la Luna de Fenris.
He viajado por muchos de los rincones de ésta temible galaxia, y he visto cientos de seres despreciables, capaces de acabar con un par de osos en un abrir y cerrar de ojos; pero nada de ésto es comparable a lo que acabamos de presenciar los hombres de mi compañía y yo: nuestro Primarca Leman Russ agotado en un momento que seguramente ni él se esperaba.
Como si de un escalofrío penetrante sobre sus espaldas, o unos nervios que ni el mismo Emperador sabría a que se deben. Un tambaleo de sus rodillas, como núnca antes le habría sucedido a nuestro querido Primarca. Sin que su movimiento llegase a afectar su moral, se levantó el Rey Lobo, ordenándonos a todos tomad las posiciones en cada lugar indicado por él. Sólo él sabía que clase de enemigos estaban intentando apoderarse de nuestro satélite planetario. Seguramente, de haberlo sabido con antelación, habríamos atacado mucho antes.
Del gran mar helado que ocupaba gran parte de la Luna de Fenris, un enorme agujero de dimensiones exageradas, bajaba cientos de metros pendiente abajo. No sin antes, el Primarca dijo: -Es mi deber guiaros, y más en lugares que son insospechados para todos nosotros. Bajáré en mi lugar. Junto a mí, vendrán 8 Cazadores Grises. Los demás, en filas de 3, cada uno con su unidad, cubriéndonos las espaldas. Como cola de nuestro ataque, irán el Señor Lobo Álister, guiando a su Guardia del Lobo personal. Creed en mí, y lograremos la victoria.
Sin tiempo que perder, comenzamos a descender por aquel tunel misterioso. A cada paso que dábamos, notábamos una presión enorme, incluso para los soldados de nuestra legión. Minutos después, llegamos a una sala con una gran figura alienígena congelada, increíble que estubiese allí. Si su estado era helado, ¿cuántos cientos de años llevaría oculta en aquel horrible lugar? Tras de ésa tremebunda figura, otros dos túneles se abrían hacia adentro; uno hacia la derecha, y otro recto, demasiado recto.
El Primarca Leman Russ tenía un olfato que ninguno de sus hermanos Primarcas llegaban ni siquiera a igualar. -Creo que si seguimos en la dirección derecha, daremos con nuestros enemigos, y les sorprenderemos por su retaguardia. Quiero que tú, Álister, dirijas a los 24 Garras Sangrientas hacia el túnel que sigue recto. Así, cuando os vean, irán a por vosotros. En ese momento, yo y los demás atacaremos por las espaldas de éstos seres alienígenas.
Dicho y echo, reorganicé las dos unidades de Garras Sangrientas, y nos adentramo en el oscuro y terrorífico túnel, sabiendo que nuestro Primarca tenía una estrategia capaz de acabar con esos alienígenas fuera de lugar. La Luna de Fenris no podía ser dañada desde su interior. El deber de los Lobos Espaciales es defender su terreno con todas sus fuerzas. Así que llevé a los jóvenes cachorros, llenos de ansia de gloria, adentrándolos en el túnel, con el sigilo de una manada de lobos de Fenris. Avanzando hacia lo que podría ser un enemigo potencial, llegamos a una habitación llena de esporas del tamaño de un coco, pero con un brillo interior sorprendente, para ser seres alienígenas. Un poco de paciencia les pedí a mis soldados, para ver la reacción del enemigo.
Pocos segundos después, se escuchó un ruido que provenía del techo de la habitación. Casi sin tiempo de reacción por parte de los jóvenes Garras, vimos cómo, ante nuestros ojos, aparecían varios Genestelares, unos once o doce. Le ordené al soldado que portaba el lanzallamas que lo disparase hacia esos seres alienígenas. Decidido a cumplir las ordenes recibidas, el Garra Sangrienta disparó su arma a los seres extraños que tenía delante, a pocos metros de él. Unos 3 calleron gracias al fuego del lanzallamas, pero los supervivientes atacaron a la unidad. Eran unos enemigos formidables repartiendo ataques; sin darse cuenta, ví que seis de sus soldados caían en combate con éstos seres de garras afiladas. Mientras, de las esporas, empezaron a salir gantes minúsculos, del tamaño de un sapo, decididos a echar una mano a sus hermanos Genestelares. Me fijé en que, poco a poco, los alienígenas nos ganaban terreno. Pero decidido a combatir hasta la muerte, cogí mi hacha gélida y partí por la mitad a 2 Genestelares. Eran duros seres, pero nuestra moral estaba por las nubes, gracias a la guía del Rey Lobo. Pero de pronto, casi sin tiempo de reacción, vimos cómo los Gantes evolucionaban a un ritmo terroríficamente rápido, hasta convertirse en Genestelares.
Acorralados por unos enemigos muy superiores en número, yo, como Señor Lobo, no podía dejar que los Garras Sangrientas a los que se me había dado la orden de guiar, no aprendieran el honor de ser un Lobo Espacial. Era una gran oportunidad para demostrar nuestro valor.
Continuará...
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